miércoles, 30 de septiembre de 2015

Diarios de Tanabe

Se  va  Septiembre  ya hacia el ayer, sin  prisa; se  va de  la  mirada,  de los  ríos  y de los aeropuertos  y
los  trenes. Se  va  Septiembre  ya como  se  fue tu  risa, tu  palabra,  tus  suspiros y  ese  cuerpo  tuyo con sus  sueños  y  los  míos. Se  va como se fueron al  olvido  los  recuerdos o  las  penas aquellas que  tuvieron su  casa en  nuestro sitio.
Giran  los  meses como  giran  las agujas del  reloj,  y  murmuran  las  olas  su  adioses sin descanso;  andan  los días hasta esa  hecatombe  sin  vida propia  del  pasado,  y  otra  vez  nacen,  -efímeros-  los  lirios,  con  la  primeras  lluvias  de este  otoño  tantas  veces  repetido  y diferente, en  tanto nos anegan  de  nuevo  las sombras del  futuro o  las de ese árbol que  nos  nació  de noche y  nunca  dará frutos comestibles  ni cobijo o  protección a  los  pájaros amigos. Giran  los astros  también en este remolino o aspaviento de  músicas  y sones  idos,  mientras esa  muchacha que  hace años  miraba  con deseo a  ese  otro  que  fuimos,  ya  no existe,  o  nos ignora -alegre- por alguna  ciudad a  la que  tal  vez nunca  vayamos; o  si  fuimos,  fue  con lluvia  y  hace siglos,  tantos siglos,  que están  ebrias de  cal  calles y  ojos.
Se  va  Septiembre, medio  barroco  y amarillo, y  nos quedamos  aquí,  dueños de nada, sin  pertenencias ni parteneres,  divididos  a lo  Cortázar:  entre  famas  y  cronopios,  queridos  o  no, soñándonos  la  vida que no  nos  pertenece, huidos  de  nosotros  la  fuerza y  el  deseo.
Me asombra  todavía  reconocer  que eres parte de  este  calendario que me  persigue obstinado, desde Lima a  cabo  Verde, cuando  ya volví de  ti  y  giro  en  el  tiovivo  del azar - al revés  o  al derecho, ¡qué más da!-  para  no  encontrarme con  tu  beso que me  vende  ternura  a  cambio de eso que  llamamos dinero o  pasión sólamente.
Se  va  Septiembre, ¡sí señor!, y se  pinta de verde esta  soledad  marina, se  tiñe  de luz esta  isla hecha  de espejos  verdaderos,  donde  se refleja la  "memoria cautiva", se parte el  corazón en  mil  razones y  se desnombra el  deseo. Apenas  visible, el  colibrí aletea  en  busca  del  néctar de las  flores que  hay ocultas en  tu  sexo.

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