martes, 18 de septiembre de 2012

Otra  vez en  Madrid. Otra  vez  solo.  Pensando  otra  vez qué  puñetas quieren algunos españoles que desconocen  la  historia de  España,  y  qué  demonios  quieren  otros  que parecen o  aparentan, al menos,  conocerla.
He  venido a  ver  la  nueva  librería de La Central,  una auténtica maravilla, si  nos ceñimos sólo a títulos  y  libros;  pero  a  la que  no auguro   gran  porvenir o  futuro,  porque  en  España, aunque  muchos reclaman  y se quejan  sin  razón,  pidiendo  más  oferta  cultural, la oferta cultural  no  interesa en absoluto, salvo a los  mismos y escasos "locos"  de  siempre, como  diría ese  genial  sabio alemán al que todos  ya  olvidamos.
La verdad es que, a pesar de haberme declarado estado  único e  independiente hace varios años, quiero cambiar de  nacionalidad.  Y si  no lo  hago es  porque  ya las  nacionalidades son -para  mí-  como  los  politicos:  pura  farsa, dislate  sin hermosura. No  obstante, ando  dándole  vueltas al asunto,  mientras escritores, actores y artistas de este  país (al que  pocos  llamamos  España) se entretienen en  defender las  ideologías antes que  las  ideas,  y  priorizan  las  razones  de su  propio  estado frente a  culesquiera  otras,  ignorando  aquello  tan  acertado  como  cierto que  dijo  Jean  Renoir.
Bueno,  no  querría entrar en  política, aunque  creo  que todos somos seres  políticos. Sin embargo,   voy  a hacerlo. Dejen que se  independicen a  los catalanes, a los  vascos, a los  gallegos, a los asturianos, a los andaluces, a los extremeños, a las aves,  a los  peces, a los animales domesticados o  no. Dejen  que se independicen a los  niños y a  los abuelos, a los maestros y  a sus alumnos. Hagamos  que se  independicen  todos  los seres  vivos del  planeta y prendamos  fuego a todos  los ducumentos  de  identidad, a  todos  los pasaportes, a  todas  las  leyes, sin excepción. Y  si  después de eso, alguien quisiera  fundar  naciones,  crear  identidades, lenguas,  historias,  fronteras, etc., entonces valdría la pena  un  buen  suicidio.

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