Otra vez en Madrid. Otra vez solo. Pensando otra vez qué puñetas quieren algunos españoles que desconocen la historia de España, y qué demonios quieren otros que parecen o aparentan, al menos, conocerla.
He venido a ver la nueva librería de La Central, una auténtica maravilla, si nos ceñimos sólo a títulos y libros; pero a la que no auguro gran porvenir o futuro, porque en España, aunque muchos reclaman y se quejan sin razón, pidiendo más oferta cultural, la oferta cultural no interesa en absoluto, salvo a los mismos y escasos "locos" de siempre, como diría ese genial sabio alemán al que todos ya olvidamos.
La verdad es que, a pesar de haberme declarado estado único e independiente hace varios años, quiero cambiar de nacionalidad. Y si no lo hago es porque ya las nacionalidades son -para mí- como los politicos: pura farsa, dislate sin hermosura. No obstante, ando dándole vueltas al asunto, mientras escritores, actores y artistas de este país (al que pocos llamamos España) se entretienen en defender las ideologías antes que las ideas, y priorizan las razones de su propio estado frente a culesquiera otras, ignorando aquello tan acertado como cierto que dijo Jean Renoir.
Bueno, no querría entrar en política, aunque creo que todos somos seres políticos. Sin embargo, voy a hacerlo. Dejen que se independicen a los catalanes, a los vascos, a los gallegos, a los asturianos, a los andaluces, a los extremeños, a las aves, a los peces, a los animales domesticados o no. Dejen que se independicen a los niños y a los abuelos, a los maestros y a sus alumnos. Hagamos que se independicen todos los seres vivos del planeta y prendamos fuego a todos los ducumentos de identidad, a todos los pasaportes, a todas las leyes, sin excepción. Y si después de eso, alguien quisiera fundar naciones, crear identidades, lenguas, historias, fronteras, etc., entonces valdría la pena un buen suicidio.
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