martes, 13 de noviembre de 2007

Avraham Sonne

Felices los que siembran y no siegan,
porque irán lejos sin rumbo.
Felices los magnánimos que añaden la gala
de su juventud a la luz y profusión de los días,
y se desprenden de su adorno en los cruces
del camino.
Felices los altivos cuya altivez pasa los límites
de su alma
y se hace como la mansedumbre de lo blanco
después que sube el arco iris a la nube.
Felices los que saben que su corazón clama
desde el desierto
y el silencio florece en sus labios.
Felices ellos, porque se les congregará
en el corazón del mundo
arrebujados en un manto de olvido,
y será su herencia perpetua el silencio.
(Traducción: Ramón Díaz)

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