martes, 16 de octubre de 2007

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No sé a quién o a quiénes se les ocurriría adjudicarle patria a la literatura, a la pintura, a la poesía, la música y el cine, por ejemplo. No sé a quién o a quiénes se les ocurriría clasificar, distinguir y diferenciar entre la literatura catalana y la literatura española. Pero la literatura es literatura; el cine es cine; la pintura es pintura, y la poesía es poesía, sean cuando y donde sean y estén donde estén. Defiendan las lenguas, defiendan los idiomas, todas las lenguas, todos los idiomas, que para algo somos babilonios. Pero no piensen y mucho menos lo digan, que leer a Shakespeare o a Cervantes en catalán es mejor que leerlos en inglés y español respectivamente. No se autoengañen pensando y mucho menos lo afirmen, que los escritores que escriben actualmente en catalán son buenos escritores, salvo excepciones, o mejores escritores que los que lo hacen en español, porque eso simplemente es falso. Traducir a una lengua como el catalán el mayor número de obras literarias es de todo punto admirable, aconsejable y una excelente forma de leer a grandes escritores, cuyas lenguas no se conocen. Pero traducir a Gabriel García Márquez, entre otros, que escribe en español, para ser leído en catalán por personas que entienden y conocen perfectamente el español, me parece una cosa tan absurda como inexplicable. Ciertamente yo nunca hubiera leído en euskera Obabakoak, por citar un libro de los que más me gustan, puesto que no sé euskera; sin embargo, aquellos que conocen y saben dicha lengua agradecerán poder leerlo en el idioma nativo de Bernardo Atxaga, su autor. Leo, sin embargo, a Josep Vicenç Foix, un escritor poliédrico, mágico, extraordinario, y lo hago en catalán, lengua que conozco, porque Foix traducido al español, mi lengua nativa, pierde ritmo, musicalidad, emotividad y coherencia.

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