jueves, 11 de octubre de 2007

Hoy, Soledad, no tengo nada que decirte ni flores que regalarte ni nada que escribirte como suelo ni razón para sentirte más que otros días cuando Tú sólo estás y nadie tiene nada para decirme que me salve de las heridas luminosas o de las negras heridas ni flores para regalarme que no existan ni para escribirme algo que no sea sino palabras vacías o huecas o peor todavía falsas e interesadas como el discurso de esos hombres tan poderosos como necios. Hoy, Soledad, quisiera ya no querer siquiera ni encantarme con el eco de los ecos o con el ritmo de la sangre lúcida y no puedo decirte nada más ni regalarte flores como las tuyas que no existan ni escribirte lo que incluso otros días te escribiera porque hoy, Soledad, pesa la ausencia de lo que tuvo que ser de otra manera si la vida no estuviera en otro sitio al que no vamos, y el corazón no fuera una abstracción solitaria únicamente. Hoy, Soledad, más solo que la una por propio capricho no tengo nada que decirte ni flores que regalarte ni para escribirte otra cosa que no sea esta letanía que te escribo sin más pretensión que bendecir tu silencio y tu interminable ternura.

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